Julián Galarza tenía 37 años y llevaba casado apenas un par de meses. El 10 de febrero de 1976, unos minutos antes de la una del mediodía, se detuvo en un bar a tomar un vino con un amigo, como solía hacer antes de ir a comer a casa. Salió del local con su amigo y se encontró con unos familiares. Caminaron unos metros juntos antes de despedirse para cruzar la calle que le separaba de su domicilio. Le esperaban varios miembros de ETA que le dispararon a bocajarro y, tras cerciorarse de que estaba muerto, abandonaron el lugar en el mismo coche en el que llegaron, un taxi que robaron esa mañana, obligando a su conductor a bajarse y a no contactar con nadie en las dos horas siguientes. No habían pasado siquiera 24 horas desde el asesinato del alcalde de Galdácano. El 12 de febrero hizo público un comunicado en el que reconocía haberse equivocado de objetivo.